Con mucho gusto les comparto un cuento que escribí apoyado por las sugerencias de mis compañeros del Taller de Escritura Creativa de Ciudad Vive Oriente en San Juan del Río, Querétaro.
Mi intención de practicar la escritura creativa parte de la reflexión de que al dedicarme a la educación en el nivel primaria, puedo ser ejemplo de aquello que le solicito a los alumnos. Si les pido que lean y yo no practico la lectura, les pido que escriban y yo no practico la escritura, les pido que apliquen el método científico y yo no lo utilizo, considero que caigo en una contradicción. Y es que el ejemplo educa más.
Este ejercicio de escritura creativa que les comparto es uno de varios que realizamos cada sábado en clase para desarrollar las capacidades creativas en la escritura y poder obtener productos de estos talleres, con la guía de nuestro maestro Juan Manuel López Cruz, para presentarlos en los diferentes foros culturales que organiza la Secretaría de cultura de San Juan del Río. Espero sea de su agrado.
LOS AGUACEROS DE SAN JUAN
Víctor Manuel Quintanar Guerrero y compañeros del Taller de Escritura Creativa de Ciudad Vive Oriente.
18 de junio del 2022.
San Juan del Río es una de las ciudades más lluviosas de Querétaro, y más en el mes de junio. Por las tardes, la lluvia corre por las huertas y patios de las casonas, por sus calles y caminos, misma que baja hacia el caudaloso río entre un conocido y nostálgico petricor. La mayoría de la gente que sale de sus trabajos tiene que atravesar los ríos de agua. Sus zapatos son como tanques de guerra que se adhieren fuertemente al adoquín para no voltearse. Los autos, como barcas entre el oleaje de la tormenta, se mecen sobre la corriente que atemoriza a los conductores, pues la lluvia cubre sus parabrisas y no alcanzan a ver las líneas de tránsito ni los baches que surgen cual fauces de bagres que muerden sus llantas. San Juan del Río queda ciego y en lucha, como un Tiresias que separa víboras de agua.
En esta ciudad se viven cosas diariamente, por ejemplo, ellos, los Guerrero, que habitan una casona hecha de gruesas paredes de adobe, con techos altos de ladrillos y vigas de madera. En su patio central hay una fuente de cantera y cemento de donde inician estrechos andadores rodeados de hierbas de olor, flores y árboles frutales que adornan sus trayectos como canastas alargadas llenas de arbustos, florecillas y frutas aromáticas, las cuales acompañan el pasear de sus habitantes hacia la huerta y los cuartos, pero principalmente, hacia la cocina de Doña Natividad Martínez, donde tiene su horno de piedra para leña, en el cual hornea panes para vender en la temporada de la Feria de San Juan, y en ese místico lugar se mezclan los aromas a humo, pan recién horneado, café, canela y piloncillo.
Del comedor de la casa, olfateando los deliciosos olores, sale uno de los nietos de Doña Natividad y Don Librado Guerrero: Víctor, el menor de los Guerrero, que cuál ratoncillo que sigue el olor a queso, se escurre presuroso hacia la cocina y ve a su abuela que rellena y da forma a los panes. Rápidamente, se acerca para ofrecerle su ayuda, con un interés de por medio. Doña Nati le permite quedarse a observar a su lado y en espera de que surja la necesidad. Enseguida, un estruendo resuena en el patio central de la casa.
-–“¿¡Qué es eso, abue!?”, pregunta con temor y se tapa las orejas.
-–“¿Qué es qué, m’hijito?” añade Doña Natividad.
-–“¡Ese ruido que suena muy fuerte en el patio!”.
Ambos están con la mirada fija hacia la puerta que da al jardín central, atentos para escuchar el eco de las bombas que explotan contra las paredes de la fortaleza. Después del siguiente estruendo, ella le explica a su nietecillo:
—"Son los truenos que anuncian la tormenta que no tarda en llegar, formando víboras de agua".
Entonces, súbitamente, el agua del cielo comienza a caer a chorros cuál serpientes con sus fauces abiertas y listas para atrapar al primero que se cruce en su camino.
Pasaban los minutos y la tormenta no cedía sino que aumentaba su fuerza. De pronto se escucha una orden:
—“¡Anda, rápido, trae la sal de la repisa!, le ordena la abuela presurosa al pequeño”.
—“Pa'qué, abue, me espantas”,
—“Tú tráila, no preguntes”.
El chiquillo corre por la sal y se la entrega a su abuelita, quien de prisa abre el recipiente de cerámica y le indica a su nieto:
—"Pon tus manos juntas para recibir bastante sal".
Así lo hace el pequeñín y en seguida la ancianita le instruye:
—“Vete al centro del patio y forma en el piso una gran cruz de sal”
A lo que Vic respondió:
—“Pero abuelita, está la tormenta, me voy a mojar y me puede caer un rayo encima”.
—“Nada, nada que, Diosito te protegerá. Salte rápido y haz lo que te digo, mientras prendo la palma bendita que traje el pasado domingo de ramos en Semana Santa”.
Con mucho miedo y preocupación el chamaco corre hacia el patio y hace lo que su abuela le manda: forma la gran cruz y regresa empapado a la cocina con cara de susto y enojo a la vez, la cuál le cambia poco a poco al escuchar menos truenos, ver pocos relámpagos, aminorar el ruido de la lluvia, y oír solamente el sonido de un constante y suave chipi chipi que le deja muy asombrado. Al notar la sorpresa del muchacho, Doña Nati le dice:
"¡Es un milagro de Dios, quien ahuyentó a las víboras de agua!".
Víctor no salía de su estupor.
El agua corre por los pasillos, de la huerta al patio y del patio a la calle. El olor a tierra mojada se hace más fuerte. La luz en el patio es de tonos rojizos. El cielo se arrebola, lo que llama la atención del niño para ir afuera y constatar que la lluvia cesó. Se escuchan las campanas de Santo Domingo anunciar la misa. Doña Natividad se acerca a su nieto. En una mano lleva su jarro de café de olla. En la otra un jarro de leche con café y un pan encima para su nietecito. La cara del chico se ilumina en ese instante, y con una gran sonrisa, toma el pan, abre su boca lo más grande que puede y le asesta una mordida, cual culebra que engulle a su presa. Enseguida intercambian miradas de amor y agradecimiento. Su abuela lo rodea con su brazo libre y le da un beso en la frente, mientras contemplan la lenta caída del manto estelar y disfrutan los aromas y sabores a pan, queso, café, canela, piloncillo y tierra mojada. Después de un rato, la abuelita le dice a su muchachito:
—“Ven, ayúdame un poco más y gánate los panes que llevarás a tu casa”. El escuinclito, feliz por lo que acaba de escuchar, entró a la cocina al paso lento de su abuela que lo toma del hombro para apoyarse en él.
San Juan del Río siempre ha sido una de las ciudades más lluviosas de Querétaro, y más por las tardes de junio. Los que salen del trabajo, con suerte y pueden disfrutar de los panes de Doña Nati, porque en esta ciudad, ocurren cosas cotidianamente, y en especial en temporada de fiestas como sucede durante la Feria de San Juan del Río.
Bien Profesor!!! Felicidades!!!
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