La educación integral.
La educación integral del Ser Humano se logra cuando se crece en un ambiente no patológico (no enfermizo), por lo que el contexto de aprendizaje para un estudiante debe ser saludable (Erich Fromm, 1950), lo cual es difícil de lograr, pero no imposible. Por ello, la calidad (Edward W. Deming, 1930) que se pretende en este tipo de educación tiene que ver con mejorar los contextos donde se vive y los procesos de toma de decisiones. No existen contextos perfectos, pero sí perfectibles. Si no mejora el contexto del alumno, ese mismo contexto se convierte en un obstáculo para su desarrollo.
Una forma de evaluar un contexto es utilizando de referencia a la pirámide de las necesidades básicas de Abraham Maslow. Una persona, para tener una formación integral, y desarrollar al máximo su potencial, primero necesita cubrir sus necesidades biológicas básicas de alimentación, vestimenta y vivienda. Sucesivamente requieren satisfacer los servicios de luz, agua, educación, etc. Si nuestros alumnos no tienen esa base, comienzan los obstáculos como la desnutrición, la enfermedad y la inseguridad. Al mismo tiempo que son cubiertas las necesidades de la base de la Pirámide de Maslow, las necesidades de seguridad emocional de los alumnos deben ser satisfechas. ¿Un alumno sin amor puede desarrollar su máximo potencial?, alumnos rechazados, de familias disfuncionales, abandonados por los padres que trabajan todo el día porque no les alcanza el salario, cuidados por sus abuelas, si bien les va, violentados por familiares o personas cercanas, amenazados emocionalmente de manera constante, ya no solamente afectan sus emociones, sino su psique. De ahí hacia arriba de la pirámide, ¿Cómo logrará socializar ese alumno? ¿Cómo logrará ser reconocido? ¿Cómo logrará Auto realizarse y Trascender? Lo anterior es un conjunto de factores que no permiten lograr una educación integral de calidad.
PIRÁMIDE DE MASLOW |
Para lograr la educación integral de calidad y el desarrollo del máximo potencial de nuestros niños y jóvenes se requiere de transformar los contextos, leer su realidad (Paulo Freire, 1984) y construir un contexto saludable para el cuerpo, que es el que nos transporta hasta que morimos; para la mente, que es la que reflexiona la realidad propia y tiene el poder de transformarla (no cambiarla, ya que las cosas pueden cambiar y seguir iguales, es una paradoja); y para las emociones, que son las que equilibran nuestro ser para alcanzar la dicha o caer en las garras del sufrimiento. Se requiere transformar los contextos en espacios de oportunidades y en lugares de bienestar , es decir, en lugares donde cada persona pueda ser un ser humano sano en todos los sentidos, empezando por quien educa: el adulto, que se supone que es el que sabe. El que educa debe ser formado para educar. Pero, ¿Quién forma al educador?
Ser Humanista no quiere decir ser utópico. Ser Humanista tiene que ver con la teoría y la práctica de poner al Hombre (a la Humanidad) al centro de la Formación. La escuela al centro surge de los ideales del Humanismo, que fundamentan al Artículo Tercero de la Carta Magna de los Estados Unidos Mexicanos. Pero no solamente los niños y los jóvenes son humanos, toda la comunidad educativa lo es. Hay que atender a los que atienden a los niños y jóvenes. Se requiere mantenerlos saludables de cuerpo, mente y emociones. Hay que invertir en los adultos. En los que son ejemplos para esos niños y jóvenes. No solamente se tiene que pasar a los niños y jóvenes la responsabilidad de las ignorancias y malas decisiones de algunos adultos que los rodean, nada más porque los niños y jóvenes son el futuro del país. ¡HAY QUE FORMAR A LOS HOMBRES! (Comenio, 1657).
MIP Víctor Manuel Quintanar Guerrero.
Asesor Técnico Pedagógico en Pensamiento Matemático.
SEP-USEBEQ.
Zona Escolar 072.
San Juan del Río, Querétaro, México.
Referencias para aprender más.
Calderón, J. (2009). ¿Quién forma al educador? María de la Luz Jiménez Lozano y Felipe de Jesús Perales. Aprendices de maestros. La construcción de sí. México: Ediciones Pomares, 2006.. Revista Interamericana de Educación de Adultos, 31 (1), 187-191.
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