De más joven (porque sigo estando joven😅), soñaba con viajar mucho. Aunque el negocio de mi papá era divertido porque se trataba a mucha gente y nunca faltaba con quién platicar, tenía una desventaja: el encierro. Me cuenta mi papá que el dicho de mi abuelo Porfirio era: "Nunca sabes cuándo va a llegar el cliente"...y tenía razón. Se abría de domingo a domingo, como dice la canción, de 9 am a 9 pm, horario corrido. Y eso me hacía soñar más con viajar mucho. En algún momento, pedí al destino ese deseo, y me lo concedió. Recuerdo que desde niño, para mí, salir en camiones era toda una aventura. Era la oportunidad soñada de pasear, aunque fuera en taxivanes. Luego, con el tiempo, logré viajar más lejitos, cuando hacíamos los viajes familiares a la playa, que no eran seguido, por lo que se volvían oportunidades de oro. Ya en la Universidad, saboreé la libertad que le da a uno una cierta autonomía ganada por la mayoría de edad. Para mí, fue una época para hacer lo que no había podido hacer siendo menor de edad y sujeto a las condiciones familiares. Una vez que comencé a experimentar trabajos diferentes al negocio de mi papá, logré una cierta independencia dedicándome a mis aficiones que se volvieron mi trabajo profesional. Actualmente, viajo todos los días en autobuses, camino, me translado "de a mochilazo", conozco personas nuevas, cumplo con mi deber, y principalmente, gracias a la ventura: viajo. He aprendido lo que los estoicos llamaban el "amor fati" y el filósofo Nietzche lo categorizó como "el eterno retorno".
Víctor Quintanar.
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